4.25.2007

Un cuento más

LA NOCHE

Se recarga en la puerta y adivina entre las sombras el cuerpo de su hija recostado sobre el colchón. Camina algunos pasos, sigiloso, como si fuera un intruso. Ella se mueve ligeramente bajo las sábanas y un suspiro profundo hace sonreír al padre, que se acerca y se detiene al percibir las vueltas de ese cuerpo adolescente. Estira una mano hasta rozar con sus dedos el cabello disperso. Ahora suspira, mirándola siempre; pero de pronto se sonroja al sentir temblar el corazón con la intensidad con que algunos años atrás vibraba al verla jugar con los demás niños de la cuadra. Sale lentamente del cuarto, con la vista en el piso, desabrochándose la camisa. Recordando.

Su esposa, sentada en las escaleras, lo ve desaparecer tras la puerta de la recámara. Camina con el rostro inexpresivo, entra en la oscuridad que cubre el sueño tranquilo de su hija y se agacha para darle un beso. El corazón le late con rapidez al sentir sus labios rozar esa piel tersa y lisa. Desliza la mano, rozando a penas la colcha, imaginando los brazos, la cadera, las piernas recogidas de su “niña”.

Las sienes le golpean levemente y un escalofrío le baja por la espalda hasta hacerla retirarse un poco. Su mirada regresa hacia el rostro adolescente, completamente ajeno al amor de sus padres. La mujer cierra los ojos y se acerca para aspirar el sabor a flores del pelo de su hija, siente el impulso de sacar la lengua y delinear con la punta el lóbulo de la oreja, mojar los bellos diminutos... pero respira profundamente y sale del cuarto acompañada de un calor que le colorea las mejillas.

Su esposo la espera bajo el colchón. Ella se quita el pantalón y la blusa. Su cuerpo conserva una juventud que el marido todavía cela. Se sumerge en las colchas, dejando ver una espalda larguísima, que se pierde bajo la oscuridad. Él se acerca a ella y con la respiración acaricia suavemente cada poro de la espalda: la espalda tan suya, tan propia. Ella cierra los ojos reprimiendo el deseo de alejarlo. Pequeños besos dejan un rastro de saliva en cada peca oscura que adorna su espina dorsal. Con las manos tensas, imagina la secuencia de un acto mil veces repetido... para no decir nada, para no exhalar el rechazo, cierra la boca... los besos se detienen. Un ligero aire fresco le crispa la espalda: su marido se ha replegado a la otra orilla, dando ahora él la espalda a la espalda de ella. Sin esperarlo, sus labios femeninos sonríen.

Una mano se estira hacia la lámpara, el aire la detiene por unos segundos, como si esperara una palabra, un roce, algo de esa mujer que parece infinita, inabarcable, alejada...

La mano apaga la luz.

2 comentarios:

Caothic Realm dijo...

Debo decir, ante todo, que es muy bueno verte escribir, publicar. No dejes de, te necesitamos, necesitamos tus cuentos...

Galuxca dijo...

Hola Cas... pues yo trato de seguir con la escritura...supongo que como todos... hago un espacio entre los compromisos de la vida y de pronto, comienzo una vida alterna, personal y con pretensiones de que se vuelva pública...
Sin embargo, Cástulo, el taller virtual que habíamos comenzado, pues se detuvo. Ahora qué vamos a hacer? Aunque más bien la pregunta sería, qué voy a hacer??