4.25.2007

Un relato, muy, muy breve

Esa mañana Ella se fue antes del amanecer. Dejó su casa y sus hijos. Con treinta años había logrado lo que muchas personas creían inalcanzable o todavía muy lejano: un doctorado, un buen trabajo, un sueldo prestigioso, en síntesis, una vida feliz. Ella lo tenía todo ya no quedaba ningún reto por cumplir, el futuro se hacía pequeño. Su vida era una rutina que posiblemente en el poco tiempo iba a convertirse en un desasosiego. Estar en el mismo trabajo, ganar el mismo sueldo, ver crecer como en una duplicación de su propio pasado, a sus dos hijas y, por supuesto, la sonrisa ¿sincera? de su esposo.

Esto no quiere decir que no tuviera días malos. Pero eran días que pasaban y con el paso del tiempo dejaban de tener la importancia del primer momento. Lo mejor era escapar, dejar esa vida para recordarla siempre, así como era ahora y no como pudiera ser después. Para qué permanecer si es precisamente en la repetición de los hechos donde aparece, como un evento predecible pero irrefrenable, la monotonía, el cansancio, la infelicidad.

Agobiada por estos pensamientos, Ella se fue. Tomó un autobús sin ver la dirección. Dejarlo todo era un motivo para volver a respirar, para idear nuevas formas de vida. Si no funcionaba, si volvía a llegar al clímax de la felicidad, podría dejarlo todo de nuevo y recomenzar en otra dirección.

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