2.12.2006

Uno ya publicado

Si...

El sudor le resbalaba por el cuello, las gotas se perdían bajo la camisa negra hasta plegarse entre el pantalón de mezclilla y la piel. El reloj que se encontraba sobre la caja registradora señalaba que era el mediodía.

- No sirve – gruñó una voz desde cualquier parte, como si hubiera adivinado la mirada de él.

Después de mirar las manecillas del diminuto aparato, recorrió las mesas Coca-Cola, el aparador polvoriento y salió del Café aparentemente vacío, dejando la puerta semicerrada, como cuando había entrado.

El sol caía sobre el pavimento como empecinado por sacar algo líquido entre las grietas.

Estiró la camisa, lamentándose por haber ignorado los consejos del meteorólogo. Seguramente serán las doce de la tarde, pensó, mientras con la mano izquierda se tapaba la luz, para ver la posición del objeto solar. Si hubiera un poco de viento, renegó entre dientes. La piel comenzó a arderle, decidió regresar al café.

Puntual, le pedí que llegara puntual. Yo siempre soy puntual, repetía molesto mientras tomaba asiento en una de las mesas, la más alejada a la puerta para evitar el contacto con los rayos calientes. Esperó un rato para ver si alguien iba a atenderlo, aunque sabía que esto era imposible.

Tomó entre las manos el salero de cristal, le dio vueltas. Algunos granos minúsculos, blanquísimos, rociaron el mantel de plástico. Con la mano los arrastró hasta la orilla y los vio cómo caían lentamente.

- Hoy no hay servicio – dijo otra vez la voz, bostezando, desde lo alto del local. Él levantó la vista y miró unas piernas desnudas, unos calzones blancos, hasta que encontró los pequeños ojos de la mujer.

– No hay servicio, señor.- repitió y el cuerpo semidesnudo se alejó del barandal.

Se levantó de la silla, empujando las patas del mueble con los pies y se acercó a la puerta.

– No hay servicio pero puede quedarse. – Gritó la voz y él regresó a su asiento, no sin antes haber visto hacia afuera, escudriñando los rincones hinchados de luz.

- No hay loco que salga a estas horas – continuó la voz, con mayor claridad. – Por eso no hay servicio, no hay nadie que se atreva a recorrer las calles, y menos a tomar un café. – Suspiró.

Él miraba hacia el vacío del barandal, tallándose los ojos para eliminar por completo las últimas estrellas del sol. Bonita, es una mujer bonita, se dijo y luego tomó el salero para darle vueltas.

- Yo vivo sola desde hace... no me acuerdo, será el calor que atrofia la memoria... Si quiere, quítese la camisa, el color negro no es muy favorable para estas fechas –.

Él se ruborizó al pensar que la mujer estaría creyendo que era un idiota, pero no hizo ningún gesto, ni movió siquiera levemente los labios.

- ¿Espera a alguien? La gente viene, va y llega otra. Trabajar cerca de la central de camiones es algo bueno, pero no hoy, no con este tiempo. Hoy nadie, ni un alma se ha parado. Han de sentir ganas de nada, como yo.

Los rayos blanquísimos traspasaban las ventanas, absorbiendo el piso de colores, el aparador y la mitad de las mesas más acercadas a la salida.

Él miró instintivamente su muñeca, pero no había ningún reloj. Su pierna bajo el mantel comenzó a temblar y decidió pararse, desentumirse un poco. Recorrió cada rincón del local, dando vuelta cada vez que tropezaba con la escalera que lo llevaría hacia donde la mujer; esquivando los peldaños, ignorando la voz que pertenecía a ese cuerpo tan dispuesto, tan desnudo...

- Detrás del mostrador hay agua, si quiere. – el ruido de la voz lo hizo estremecerse. Es el calor, se repetía, es el calor, mientras trataba de despegar el pantalón de su piel. Tomó un vaso térmico del estante y descubrió un garrafón en el piso.

El agua estaba tibia, pero mejor eso a seguir caminando como loco, creyó decir en voz alta, porque escuchó una risita sobre su cabeza.

- ¿Por qué no sube?

- Estoy esperando a alguien. – Respondió sin pensar en el riesgo que tenían sus palabras. Riesgo de no volverla a ver.

Tomó el garrafón y vació el líquido lentamente sobre el vaso.

- ¿Su mujer? – Él no contestó, tenía la boca llena de agua, tragando las gotas como si fueran las últimas.

- Voy a cerrar. Será mejor que se vaya. No vale la pena tener abierto si nadie va a venir. Si quiere tome un vaso más grande y cierre la puerta.

Él caminó hacia la central, abrazando con los dedos el vaso de hielo seco, escuchando el ritmo de sus pies romper la tierra. Pensaba, si...

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