2.14.2006

Teoría, última parte. V

La exactitud. Calvino nos prevenía sutilmente que aisláramos los valores de los que hemos estado hablando. Y es con este último apartado que podemos ilustrar cómo no hay exactitud sin precisión, cómo no existe velocidad sin precisión y exactitud, y cómo es imposible la levedad sin el vértigo, la transparencia y la rapidez. Exacto es todo buen texto de prosa. Más aún, equilibrado. La añeja preocupación del fondo y la forma es gratuita cuando una obra literaria busca con devoción la exactitud. Lo sabía Conan Doyle, para quien el efecto lo era todo. Para lograrlo, hay que recurrir a todo lo demás. Pero quizá la mayor enseñanza de esta propuesta de Calvino sea la de hacernos comprender que no es posible la exactitud de la obra literaria si ésta no se da naturalmente, conseguida sin esfuerzo. Picasso dixit: "La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando". ¿Qué queremos decir? Agilidad, poder de descripción (y describir es observar con la intención de hacer las cosas interesantes, como quería Flaubert, pero también seleccionar esas pequeñas grandes cosas, que no sólo forman parte de la vida, sino que son la vida) y ese ingrediente que permite al lector continuar sin descanso la lectura y aumentar su curiosidad. Ahí se revela la importancia que debe conceder el narrador de fin de siglo a la exactitud que implica poner la palabra precisa en el momento adecuado. (Tomado de...)

Teoría ¿escribimos mejor cuando la leemos? IV

La visibilidad. Virtud última de la prosa, su textura cristalina. El propio Flaubert lo veía así: "¡Qué perro asunto es la prosa! Nunca acaba uno de corregir. Un buen fragmento de prosa debe de ser igualmente rítmico y sonoro que un buen verso". No ocioso formalismo, sino búsqueda de la intensidad de la forma, uso a fondo de las virtudes magníficas del idioma castellano y de sus múltiples sentidos.

(ya se sabe de dónde y de quién)

Teoría ¿qué tanto de lo que escribimos busca ser diferente? III

La multiplicidad. El Quijote es quizá la obra múltiple por excelencia en la historia de la literatura. Gargantúa le pisa los talones y el Tristam Shandy le lleva la maleta. Hoy, es ocioso apuntarlo, la propia realidad se nos arroja múltiple, se nos revela multifacética, eterna. Se necesitan libros en los cuales un mundo total se abra ante el lector, y lo atrape. en nuestro anterior apartado usábamos este mismo verbo, pero aquí la estrategia es distinta. No es de vértigo, sino de superposición de mundos de lo que se trata. Usar todo el potencial metafórico del texto literario para decirnos nuevamente: "Aquí están ustedes, encuéntrense".

(Tomado de "la fiesta del Crack", el autor... ya lo saben)

Teoría ¿la usamos, nos sirve? II

La rapidez. Los teóricos de la comunicación saben desde hace tiempo que a la implosión de la información va aparejada la deflación del sentido. La guerra del Pérsico, la primera vía satélite, nos ilustró sobre esto; en realidad no supimos nada, aunque creíamos verlo y conocerlo todo. Sin embargo, no podemos negar que lo primero que asombra es la frialdad aterradora. Si poco después de principios de siglo el mundo se cimbró, y el verbo es gráfico, con el hundimiento del Titánic, hoy las tragedias de la guerra de Sarajevo ni impactan ni conmueven: informan.

Tomado de la Feria del Crack, Pedro Ángel Palou

Teoría ¿de verdad así escribimos? I

I. LA FERIA DEL CRACK (UNA GUÍA)

Pedro Ángel Palou

Italo Calvino: Seis propuestas para el próximo milenio.

La levedad. Calvino ponderaba esta virtud de la literatura, pensando que obras como Romeo y Julieta, el Decamerón o el propio Quijote construían su poderosa maquinaria narrativa en función de una extraña ligereza. O mejor: de una aparente sencillez. Era más fácil manejar un terrible mensaje moral mediante este recurso. La aguda mirada, la ácida crítica social, se encuentran supeditadas a un ligero y fresco humor no exento también del más terrible de los sarcasmos. Decía Chesterton que el humor en literatura debe producir hilaridad, pero congelando la sonrisa en una mueca reflexiva que detenga el tiempo y desentierre el espejo.

2.13.2006

Sólo por intentarlo

BIOGÉNESIS

En un planeta de un universo que a pesar de los siglos, continúa virgen, los bípedos se miran indiferentes ante su belleza corporal. Viven desnudos, unos ante los otros. Sin embargo, hace algunos días que los ojos de aquellos rostros despreocupados, se puede vislumbrar cierta inquietud instintiva: el fruto del discernimiento caerá en cualquier momento y lugar. Reconocen una agitación extraña debajo de sus dorsos delgados, como si fuera reflejo de una herencia genética. Intuyen que caerá, deslumbrado por la luz del sol o escondido, a discreción, por las sombras. Sin decirse nada, pues nada contiene sus cerebros, caminan y vigilan sus huellas, esperando o reprimiendo la inquietud; pero una serpiente ha burlado sus pasos, ya sube al árbol prohibido y pone nombre a la primera mujer del Edén.

2.12.2006

Uno ya publicado

Si...

El sudor le resbalaba por el cuello, las gotas se perdían bajo la camisa negra hasta plegarse entre el pantalón de mezclilla y la piel. El reloj que se encontraba sobre la caja registradora señalaba que era el mediodía.

- No sirve – gruñó una voz desde cualquier parte, como si hubiera adivinado la mirada de él.

Después de mirar las manecillas del diminuto aparato, recorrió las mesas Coca-Cola, el aparador polvoriento y salió del Café aparentemente vacío, dejando la puerta semicerrada, como cuando había entrado.

El sol caía sobre el pavimento como empecinado por sacar algo líquido entre las grietas.

Estiró la camisa, lamentándose por haber ignorado los consejos del meteorólogo. Seguramente serán las doce de la tarde, pensó, mientras con la mano izquierda se tapaba la luz, para ver la posición del objeto solar. Si hubiera un poco de viento, renegó entre dientes. La piel comenzó a arderle, decidió regresar al café.

Puntual, le pedí que llegara puntual. Yo siempre soy puntual, repetía molesto mientras tomaba asiento en una de las mesas, la más alejada a la puerta para evitar el contacto con los rayos calientes. Esperó un rato para ver si alguien iba a atenderlo, aunque sabía que esto era imposible.

Tomó entre las manos el salero de cristal, le dio vueltas. Algunos granos minúsculos, blanquísimos, rociaron el mantel de plástico. Con la mano los arrastró hasta la orilla y los vio cómo caían lentamente.

- Hoy no hay servicio – dijo otra vez la voz, bostezando, desde lo alto del local. Él levantó la vista y miró unas piernas desnudas, unos calzones blancos, hasta que encontró los pequeños ojos de la mujer.

– No hay servicio, señor.- repitió y el cuerpo semidesnudo se alejó del barandal.

Se levantó de la silla, empujando las patas del mueble con los pies y se acercó a la puerta.

– No hay servicio pero puede quedarse. – Gritó la voz y él regresó a su asiento, no sin antes haber visto hacia afuera, escudriñando los rincones hinchados de luz.

- No hay loco que salga a estas horas – continuó la voz, con mayor claridad. – Por eso no hay servicio, no hay nadie que se atreva a recorrer las calles, y menos a tomar un café. – Suspiró.

Él miraba hacia el vacío del barandal, tallándose los ojos para eliminar por completo las últimas estrellas del sol. Bonita, es una mujer bonita, se dijo y luego tomó el salero para darle vueltas.

- Yo vivo sola desde hace... no me acuerdo, será el calor que atrofia la memoria... Si quiere, quítese la camisa, el color negro no es muy favorable para estas fechas –.

Él se ruborizó al pensar que la mujer estaría creyendo que era un idiota, pero no hizo ningún gesto, ni movió siquiera levemente los labios.

- ¿Espera a alguien? La gente viene, va y llega otra. Trabajar cerca de la central de camiones es algo bueno, pero no hoy, no con este tiempo. Hoy nadie, ni un alma se ha parado. Han de sentir ganas de nada, como yo.

Los rayos blanquísimos traspasaban las ventanas, absorbiendo el piso de colores, el aparador y la mitad de las mesas más acercadas a la salida.

Él miró instintivamente su muñeca, pero no había ningún reloj. Su pierna bajo el mantel comenzó a temblar y decidió pararse, desentumirse un poco. Recorrió cada rincón del local, dando vuelta cada vez que tropezaba con la escalera que lo llevaría hacia donde la mujer; esquivando los peldaños, ignorando la voz que pertenecía a ese cuerpo tan dispuesto, tan desnudo...

- Detrás del mostrador hay agua, si quiere. – el ruido de la voz lo hizo estremecerse. Es el calor, se repetía, es el calor, mientras trataba de despegar el pantalón de su piel. Tomó un vaso térmico del estante y descubrió un garrafón en el piso.

El agua estaba tibia, pero mejor eso a seguir caminando como loco, creyó decir en voz alta, porque escuchó una risita sobre su cabeza.

- ¿Por qué no sube?

- Estoy esperando a alguien. – Respondió sin pensar en el riesgo que tenían sus palabras. Riesgo de no volverla a ver.

Tomó el garrafón y vació el líquido lentamente sobre el vaso.

- ¿Su mujer? – Él no contestó, tenía la boca llena de agua, tragando las gotas como si fueran las últimas.

- Voy a cerrar. Será mejor que se vaya. No vale la pena tener abierto si nadie va a venir. Si quiere tome un vaso más grande y cierre la puerta.

Él caminó hacia la central, abrazando con los dedos el vaso de hielo seco, escuchando el ritmo de sus pies romper la tierra. Pensaba, si...

2.09.2006


No, n'est pas
Boullosa es una escritora rara, producto de un movimiento en cadena surgido en el desencanto de la década de los setentas y ochentas.