1.20.2006

Cuentos y otras ficciones: Easy Tale

VACUIDAD

La luz traspasaba el orificio horizontal de las persianas, en líneas irregulares que caían transformando las sábanas en agua. Su cuerpo parecía estar sumergido en una alberca, iluminado en pinceladas, ligero, con los brazos apretando la almohada, vibrando imperceptiblemente en cada suspiro suyo. Los otros, los demás, platicaban más allá, lejos de la ventana, en el edificio de enfrente. Es aburrido mirarlos a través del telescopio, con sus caras monótonas, llenos de arrugas que los asemejan; parecen rostros idénticos si se les mira por primera vez. Son mis padres, mis suegros y los amigos de estos últimos. Pero es mejor verlos desde aquí, que estar atrapado entre su palabrería vieja.

Él se mueve, agitando las líneas que se dibujan en las sábanas. Lo veo y tengo ganas de besarlo en la espalda que se asoma desnuda, cubierta de líneas de luz. Pero él sigue fingiendo estar dormido y yo me mantengo siempre junto a la ventana, mirando a los viejos sonreír y seguramente hablan de mi próxima boda y demás tonterías.

Quisiera que abriera los ojos, pero me ha dicho que está cansado de verme. No los hagas tolerar más tu ausencia, susurra con una voz neutra; como si no le importara. Está esperando que yo salga de su apartamento, cruce la calle… Pero no me siento tan seguro, los pies se resisten a siquiera dar vuelta al picaporte. Ha llegado mi prometida. La abrazan, la besan, qué ridículo. Todos esos ancianos rodeándola, con las caras agrietadas, acercándose y extendiendo sus labios resecos, tratando de sentir lo que eran antes de ser lo que ahora son.

Me visto con modorra y lo veo por última vez. Ya vete, insiste, y entiendo que en el fondo le hubiera gustado decir, quédate. Camino hacia él y las líneas de luz alcanzan mi cuerpo. Experimentamos el silencio que sólo puede habitar bajo una alberca. Un murmullo constante llenando los oídos. Estás cubierto de agua, le digo sin ningún propósito de sensibilizarlo a la soledad que trata de imponerme. Estamos cubiertos de agua, repito para mí mismo y esa frase, que en sí no quiere decir nada, me ofrece lo que me hacía falta, como si mis temores hubieran huido por las grietas de luz. Estoy seguro, no volveré. Espero alguna reacción suya. Sin dejar de verlo, comienzo a quitarme lentamente los zapatos, los pantalones, la camisa. En respuesta a su silencio, regreso al telescopio.

Debí llegar hace algunos minutos y ahora están desesperados. Mi prometida mira hacia todas partes y comienza a mover las piernas. Los viejos observan de reojo el reloj de la pared; mi padre se asoma por la ventana, esperando verme por la calle. Ella los aguanta y trata de aparentar dulzura, pero sólo consigue torcer sus labios hacia abajo, en una contracción que delata su incomodidad. Seis viejos y una joven.

La cama tiembla, como un maremoto. Él se ha levantado. No quiero voltear y sólo escucho los ecos mojados de sus pies desnudos golpeando el piso. Se oye un chorro de agua que cae… cae sobre más agua. Dejo de mirar, camino hacia la cama, me acuesto y me hundo en el colchón. Escucho a mis espaldas de nuevo el silencio. La cama se mueve en un oleaje brusco y entonces siento su aliento tibio. Debiste ir, te estarán esperando. Sé que sonríe, aunque prefiero quedarme así, de espaldas a su rostro, inmóvil; mirando las persianas. Las líneas de luz se van desvaneciendo poco a poco, el agua azul y clara que nos cobija, se transforma en una profunda oscuridad.

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